GUILLERMO MUÑOZ VERA
Moderno nella forma,
antico nell'anima[*]
Vittorio Sgarbi
Quien contempla las obras de Guillermo Muñoz Vera, debe situarlas en el “nuevo realismo hispánico” del que López García y sus colegas de Madrid fueron los legítimos pioneros. Muñoz Vera reside en Madrid, pero no es de Madrid de origen, nació en Chile, en aquel Chile donde nació también Claudio Bravo, cuyas asonancias con la pintura de Muñoz Vera resultan claras y evidentes.
Con estas referencias a la “Escuela de Madrid” y a Bravo, no deseo convertir a Muñoz Vera en un epígono a toda costa. Al contrario, Muñoz Vera, artista totalmente maduro, muy conocido, autosuficiente, alejado en fondo de los realistas de Madrid y de Bravo pero que podría haber estado próximo a ellos, igualmente. Lo que se desea destacar es, sí acaso, la integración de Muñoz Vera en el ámbito general de una figuración que no solamente ha tenido presupuestos históricos consolidados, aunque no sean aún demasiado conocidos, sino que ha acabado por asumir una dimensión espiritual, como si se tratase de una especial condición del alma a la que corresponden una especial condición de la forma. De esta dimensión, Muñoz Vera propone manifestaciones, sometidas igualmente a continuidad o a evolución respecto a aquéllas en las cuales solemos determinar y reconocer el “nuevo realismo hispánico”. Muñoz no se interesa por las variaciones atmosféricas del temprano López García, prefiere los espacios al vacío, sin intromisiones entre la mirada y la sustancia de las cosas, espacios perfectos e incorruptos en su aséptica confección. Muñoz no se interesa, tampoco, por mantener una relación siempre estrecha con la pintura antigua como lo hace Bravo, adopta el método de la representación, la educación del ojo y de la mano, no el respeto de modelos iconográficos que permanecen inalterados en el tiempo. Y si acaso, el sentido de las cosas y de las formas a las que éstas dan cuerpo que no cambia, y no su apariencia; esta es la razón por la que Muñoz frecuenta con análoga disposición las clásicas naturalezas y los retratos de los adolescentes de nuestros días con el piercing en primer plano, los interiores de gusto holandés y las galerías del metro. Todo cambia con el paso del tiempo, parece querer decirnos Muñoz Vera, pero no el modo de percibir las cosas, de advertir la sustancia inmutable oculta en la mutación continua de las apariencias.
Para demostrarlo, Muñoz se atreve incluso a afrontar al sujeto de tipo folclórico, plazas de toros y ritos religiosos sevillanos, es decir todo lo más peligroso para quien desea evitar la oleografía de las postales, la banalidad del souvenir turístico en donde demasiada figuración de “tercera” ha querido insistir. Nos sorprendemos al constatar que aquellos sujetos, tan insidiosos precisamente por su engañable “facilidad”, han perdido en Muñoz su convencionalismo, asumiendo en su lugar un aspecto inesperado y muy moderno, con una manualidad virtuosística que, como en cierto Pop Art, parece casi camuflarse de tecnología elaborada. El calor de la luz de los realistas de Madrid adquiere de esta forma la artificialidad del neón o del láser, exceso de naturaleza que reinventa las cosas alejándolas de la volubilidad del contingente, suavizando la plasticidad, orientándolas hacia una trayectoria que, ciertamente, procede de lo real hacia lo mental, pero sin nunca truncar la relación con la percepción sensorial, sin detenerse en estériles complacencias intelectuales. Nacen de ello iconos nuevos, nuevos modos de suspender y estabilizar la visión del real en imágenes muy emblemáticas, un nuevo styling de la mirada mediante el cual Guillermo Muñoz Vera, heredero espiritual de Zurbarán y de Sánchez Cotán, nos invita a reconocer nuestro mundo, de aspecto muy moderno, pero con un alma siempre muy antigua.
[*]Texto crítico de Vittorio Sgarbi para el catálogo de la exposición en la Galería Marieschi de Milán en mayo-junio de 2001.