GUILLERMO MUÑOZ VERA, EL ARTE CONTEMPORÁNEO Y LA PINTURA *
Vittorio Sgarbi
[...]Llegados a este nuevo milenio, se inaugura una nueva galería (la Galleria Marieschi di Milano) con un buen catálogo al que sigue una hermosísima monografía sobre el artista chileno Muñoz Vera, totalmente occidental y europeo y con el mismo espíritu de la Escuela de Madrid. Muñoz Vera es un discípulo ideal de López García, que ha sido después de Balthus, el más extraordinario pintor figurativo de los últimos treinta años.
Una galería así, que en vez de halagar las modas (sabiendo que son ya modas pasadas de moda), busca un pintor que sepa pintar. Me parece un gran descubrimiento. Hoy vemos aquello en lo que he creído a lo largo de este último cuarto de siglo (durante veinticinco años) en contra de todos mis colegas, al menos los más prestigiosos (estoy pensando en Cesare Vivaldi, en el mismo Carluccio, en Fortunato Bellonzi y en otros tantos ya desaparecidos).
Fueron muchos, pero menos ruidosos que yo y más tímidos al defender su refugio, su lugar donde permanecer escondidos. En Il Sole 24 ore aparecían textos, nacidos de la mano de un fino escritor y crítico de arte, que vive en Desio (quien después se convirtió en un ilustre representante del Comune di Milano), nuestro Malberti, en los que decía: “Pero a mí me parece que esto es bello, que Sgarbi y Testori tienen razón”. Y con candor me decía: “Podríamos hacer un libro sobre Naturalezas Muertas. Conozco muchos pintores que pintan bien”. “Ciertamente”, le respondía, aunque pintar era entonces un delito. En el caso de Annigoni lo fue hasta hacerlo desaparecer y lo ha sido, todavía, por mucho tiempo. Malberti ha tenido un papel de observador laico, de no militante o afiliado a una auténtica mafia como es la del Arte Contemporáneo en sus principales bastiones, con sus críticos de arte, mercaderes y directores de museos.
Estar en contra de la mafia sólo quería (y quiere decir) comprobar si un pintor sabe pintar provocando emociones y sentimientos. Y entonces, en su peregrinar obstinado, resistiéndose a los encantos, a la música, a todos los reclamos de las expresiones de vanguardia, tan consagradas, tan respetadas, tan célebres, Malberti llegó a descubrir algunos pintores (exactamente lo que debe hacer un crítico) y hacer lo que yo he hecho en tantos frentes. Naturalmente, había ya frentes descubiertos, ocupados por personas con una viva sensibilidad, como la que Malberti ha demostrado tener.
He visto la monografía de Muñoz Vera y por primera vez, esta noche, veo sus cuadros. Quizá me hubiera gustado tener un poco más de tiempo para verlos. Pero, por las reproducciones, encuentro en Muñoz una investigación extremadamente complicada e incluso apasionante para un crítico. Un pintor que decide ser figurativo y que, al contrario de muchos de sus colegas, evita el código de un solo tema. Capogrossi decidió hacer los tenedores, Fontana los cortes, Morandi naturaleza muerta, aunque con una modulación formidablemente creadora. Muñoz Vera no, y pinta todo. De ahí sus naturalezas muertas, sus paisajes, sus retratos y rincones. Le gustan mucho (siguiendo la lección de López García) los rincones, los pasillos y las habitaciones que se intuyen detrás de otras habitaciones, los sonidos que siente a través de la pintura.
La pintura de Muñoz Vera evoca una sinestesia, lo que significa no sólo representar lo que se ve sino también lo que se siente, el gusto por el detalle e incluso el divertimento de evocar el Pop Art, pintándolo. También el llorado Tommasi Ferroni había pintado un “saco” o una “combustión” como las de Burri, demostrando que en él existía una parte neobarroca, pero también una posibilidad de pintar lo que Burri había creado como símbolo. Entonces, la idea de que los elementos más evocadores de este pintor, (como la portada de la monografía) son los que aluden a algunos interiores desolados de Gianfranco Ferroni (en Italia) o de López García (en España) es una señal de la poesía que poseen los lugares del abandono, de la miseria. Muchachos que se drogan en la esquina de una calle en medio de la basura, personas que piden limosna, muros derruidos, carteles rotos como los de Rotella.
Pero Muñoz, no: pinta el cartel arrancado según el esquema del trompe l’oeil. Todas las obras realizadas con una virginidad en la mirada que las hace parecer imposibles. O quizás lo que parece imposible es que exista alguien que vuelva al principio y pinte siguiendo las pautas de Caravaggio, “igual trabajo cuesta pintar un cesto de frutas que una figura humana”. Este precepto del realismo en su dimensión cenital, caravaggesca, se refleja en Muñoz Vera con un temperamento elegíaco y lírico para pintar incluso un lugar de abandono y de tristeza. Permanece limpia la visión, permanece pura la pintura aunque el lugar sea impuro o abandonado. Es lo máximo que se puede hacer en pintura: Arte puro.
De ahí que en esta selección de Muñoz Vera como pintor y de Malberti, que me lo muestra con apremio crítico, está la idea de que desde 2001 es finalmente posible pintar sin que sea necesario sentirse culpable de pintar verdaderamente. Desde luego, esto legitima a muchos amigos pintores como por ejemplo Tonelli, Luino y todos los que se han movido alrededor de Gianfranco Ferroni y que han hecho quizás tímidamente, lo que en gran formato y sin miedo (tal vez por venir de un continente más grande), nos muestra Muñoz Vera en esta exposición. ¿Y por qué hay que avergonzarse de ser bueno? ¿Por qué hay que avergonzarse de saber pintar algo que parece verdadero, que parece que se puede tocar? Justamente por lo que Apeles, el primero de los pintores, fue considerado como punto de partida de toda la pintura.
Algo por lo que se confunde la realidad y la ficción hasta el límite definido por Carpaccio, que escribía, “pinxit : finxit”. El pintor finge, hace una copia de lo real que es más real que la realidad. De ahí, que esto no sea sólo realismo básico o fundamental, sino el primer acto de la pintura, es decir, mientras pinto, finjo. Finalmente podemos volver a pintar, podemos crear la ilusión de un espacio verdadero. Y por otra parte, es lo mismo que hicieron Masaccio, Piero della Francesca y Miguel Ángel. Y así, Muñoz Vera pinta retratos, paisajes, naturalezas muertas e interiores.
Interiores que están entre la naturaleza muerta y la veduta en la lección extraordinaria de López García. Probablemente hoy, mientras vamos a votar, mientras pensamos en cambiar, una exposición como ésta de Muñoz Vera tiene la misión principal de asentar la piedra a partir de la cual construir un nuevo edificio y un nuevo estilo y la idea de que esto se pueda convertir en un lenguaje que vuelva a la pintura con perfecta autenticidad, mientras que antes esto era sólo para unos pocos. Pienso que esto es lo que se puede decir para dar la bienvenida a un suceso tan importante.
Le deseo a Muñoz Vera que realice cuadros cada vez más cercanos a la realidad, con la máxima fuerza en esencialidad y que se esfuerce por buscar el detalle hasta en el asunto más insignificante. Les doy las gracias a los amigos que al abrir esta Galería me han permitido confirmar lo que, durante tantos años de batallas que libré sin miedo, parecía una conquista imposible. Y sobre todo le doy las gracias a Malberti, que me ha pedido que presentara esta exposición. Durante mucho tiempo pensé esto sin decirlo. Hoy muchos jóvenes pueden tranquilamente coger el pincel y mirar la tela blanca para llenarla de ideas, de pasiones y de sentimientos sin sentirse lejos de la historia o arrollados por la crítica, o por una vanguardia que no los ha tenido en cuenta durante muchos años. Esto es un deseo pero también una realidad que vosotros consagráis con nosotros en este momento.
[*]Extracto de la transcripción del discurso pronunciado el 3 de mayo de 2001 con ocasión de la inauguración de la Galería Marieschi de Milán con una exposición individual de Guillermo Muñoz Vera.
